4 de junio de 2009

CARTAS DEL PASADO

San Pedro de Hermigüa, Isla de la Gomera 1619

<< Te escribo esta carta, para que entiendas las circunstancias que rodean a la desgracia que acaba de acontecer y en consecuencia, el favor que te pido. No se si recordarás a mi buen amigo, el doctor Don Luis de Guevara y Alarcó, del que te he hecho mención en otras misivas. Pues bien tristemente ha fallecido durante el ataque del pirata argelino, a fines del abril pasado. Te ruego tengas a bien atender a la muchacha que te envío, que es llamada Guadalupe Chinea y que, al parecer, era la única familia que don Luis tenía en la Gomera.
Guadalupe formaba parte del “equipaje” de Don Luis; esta joven huérfana de padres fue acogida por mi amigo siendo todavía una niña. Un día de invierno, la pequeña Guadalupe tocó a la puerta de una posada donde estaba alojado Don Luis para pedir limosna, e inmediatamente, la inteligencia de la niña consiguió deslumbrar al médico, que mostró un mayor interés por ella cuando supo que malvivía mas allá de la ermita de San Sebastián, en casa de una tía segunda de su madre, entre un enjambre de primos segundos y terceros, medio muertos de hambre.
Cuando Don Luis vino a darse cuenta, Guadalupe ya había llegado hasta tocar su corazón; de ojos achinados, melena desordenada y piel de aceituna, Guadalupe era una niña extraordinariamente perspicaz , disponía de un talento natural para entender la complejidad de los sentidos y sobre todo, para comunicarse con una naturaleza siempre bondadosa con ella.
Gracias a Don Luis de Guevara que Guadalupe aprendió rápidamente a leer, y lo hizo con tanto ahínco, que siendo ya adolescente había agotado todos los libros de la biblioteca de Don Luis. En aquella época mi amigo era el médico personal de los señores Condes de la Isla.
La joven Guadalupe se movía como pez en el agua en ambientes de cierto refinamiento, como en las fiestas que los Condes de La Gomera organizaban en su casa, a la que asistían extranjeros que estaban de paso, bucaneros de cierto renombre y el pequeño grupo de artistas que vivían al abrigo de los sueños de grandeza del Conde y de una pomposa presunción alimentada durante años. Hablaba con rapidez y sus comentarios eran tan afilados como inteligentes, de tal forma que, muchas veces, hacía sentir incómodos a los anfitriones. Pero aunque Guadalupe estaba despertando a un crecimiento intelectual inusitado, este paisaje social lo percibía mayormente como estéril, caduco, vacío. En las largas tardes de verano que pasaba junto a su padrino adoptivo en las fincas de su propiedad, en nuestro querido Valle de Hermigua, Guadalupe se refugiaba en largas conversaciones con un viejo que procedía de los altos, de las zonas que empezaban a roturarse mas allá de la raya del monte. Pancho Mesa, el viejo Pancho, trabajaba en el jardín de Don Luis por su gran conocimiento sobre hierbas y plantas. Sentado en una tablita por fuera de la taberna del portugués, el viejo Pancho miró por primera vez a la extraña pareja y entonó una canción de cuna tan antigua como su propia estirpe. Guadalupe que entonces era muy niña, giró la cabeza y sonrió a Pancho, y entonces, el viejo Pancho sintió compartir con ella un mismo misterio. Año tras año el viejo fue enseñando a la niña. Y después a la joven, un caudal de sabiduría estrechamente ligada a interpretar todas las huellas que el universo pone a nuestra disposición para poder preverlo, para adelantarnos a su voluntad, porque la naturaleza es un organismo vivo, y cada uno de sus miembros dispone de una personalidad, de un carácter, de un nacimiento y una muerte.
Como te digo, Guadalupe se ha convertido en una mujer sabia a pesar de su juventud. Te pido que cuides de ella y le des, en Las Palmas, una educación más cercana a la que Don Luis le hubiera dado. Te envío con ella las cepas de moral que me pediste en tu última carta. Tengo pensado viajar a Gran Canaria el próximo verano y tendremos ocasión de hablar allí con calma.

Esperando que te encuentres con salud, se despide de ti. Tu hermano,

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