4 de junio de 2009

CARTAS DEL PASADO

San Cristóbal de La Laguna, Isla de Tenerife, 1780

<< … me descolgué lentamente, deslizándome por el tronco de un gran castañero que había detrás de la casa, hasta poder ver a través del ventanuco el interior de la morada. Era una noche sin luna, pero aún la cera tenía luz suficiente para verla, ahí, sentadita sobre un pequeño taburete. Recuerdo que su madre, mujer muy cuidadosa y fina, utilizaba la plancha de carbón sobre la mesa de madera para ultimar un vestido negro de faena. La mujer, Dios la tenga en su gloria, desprendía cierto aire de solemnidad en cada uno de sus movimientos. Manejaba aquel viejo tasto con una rapidez una precisión que cualquiera podría decir que la plancha era una extensión de su mano. Ella, a su lado, remendaba una estera renegrida por el paso del tiempo. Su madre, Pepa Chinea, era una persona muy respetada en el pueblo por ser mujer decidida y bien plantada. Decían de Pepa y su raza, que sus mayores habían sido santones mucho tiempo atrás, allá donde el tiempo perdía su sentido, y sobre todo, que las mujeres de la familia recibían en herencia un don especial. Sus bisabuelos fueron creyentes en la naturaleza y pastores como ella. Tengo clavada en mi memoria la imagen de Pepa, con ese caminar cansino y el negro de sus ropas. Presta a sonreír… siempre sonreía, y entonces toda su cara se convertía en un cálido recibimiento. Su pelo plateado por el tiempo, y un gesto muy característico de ordenárselo detrás de sus orejas, últimamente, con unas manos duras como sarmientos. Sus ojos, pequeños como ella, pero de una profundidad en el mirar, que inquietaba a aquellos de alma turbia.
Permanecí allí, sobre aquel árbol, envuelto en una jerga por horas, cuando desperté perdí el equilibrio y estuve a punto de caer. Días más tarde, fui a su casa para entregarle a su madre el encargo de unos cestos de mimbre y un poco de fruta. Desde que nos marchamos de la Villa, cuando mi padre murió en el ataque de los ingleses en 1744, su familia nos quiso bien. Su madre, me invitó a pasar, y yo, tímido, di dos pasos en aquella casa que ya conocía. La señora Pepa me puso la mano en el hombro y me dijo…:
“Tranquilo mijo, quita el juercan de la silla y siéntate, que hoy cenas aquí.”
Ella apareció de repente, sin tocar a la puerta, con una mortera en la mano. Cuando me vio, me saludó con naturalidad y me brindó una sonrisa que llevaría para siempre dentro de mí. Todavía recuerdo su altivez, su manera de mirar dulce y segura…, ay Rosita Chinea¡
Más tarde la boda…, …los hijos, …la vida me dio muchos tumbos…, el viaje a Tenerife,…la dura vida aquí y el regreso de tus padres a La Gomera. Pera esa historia ya la conoces. Bueno, esperando haber respondido a la pregunta sobre la primera vez que vi a tu abuela, querida nieta.

Te desea Salud y Felicidad, tu abuelo.
El Gomero

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