23 de enero de 2009

RELATOS II


¿QUIÉN COÑO ES EL HIRGWAN?


Aún hoy guardo en un lugar muy especial de mi memoria el verano de 1.972, aquel que acompañado por mi familia pasamos en la villa palmera de Mazo, con mi primo Juanito, mi prima Elena ¡Cómo disfrutamos aquel verano de aventuras! ¡Cuántas anécdotas que hoy se mantienen vivas en mi mente!
Recuerdo perfectamente la distribución de la casa, con las dos habitaciones a la derecha del patio de piedra en el que nos bañábamos en la palangana, la cocina al fondo, a la izquierda unos escalones que bajaban hasta un terraplén en el que circulaban libres las gallinas, salvo alguna chiflada a la que mi tía ataba una alpargata a una de sus patas para que no se alejara demasiado. A escasos metros de estas, el corral de cabras. Recuerdo especialmente un baifito chiregua al que nunca me dejaron poner nombre, porque decían que después se le tomaba cariño y luego era peor el sentimiento que te quedaba. Algo más alejado el goro del cochino, que más que cerdo parecía hipopótamo por lo grande y gordo que estaba, justamente detrás de la cocina y comunicado con esta estaba el cuarto en el que mi tía Gracia ahumaba el queso, y mi tío A-gusto colgaba y limpiaba la caza.
Sí, has oído bien, mi tío A-gusto, realmente le habían bautizado con el nombre de Augusto pero a él ese nombre le sonaba a “godo enterado” según sus propias palabras e insistía en que lo llamaran A-gusto “la A y separado Gusto” decía, argumentando muy seriamente que ese nombre le quedaba mucho mejor, porque él, en mayor o menor medida siempre estaba muy a gusto, y soltaba una carcajada, ¡chico mago mi tío A-gusto!. Con él planté papas por primera vez, monté en mulo, fui a cazar, descubrí los erizos entre la hojarasca de los castañeros y le olí el peo a un tabobo, cuando intenté acercarme al nido que había construido en las copas altas de una vieja higuera, también me enseñó a construir jaulas para “pajariar”. Con una tunera y caña se fabricaba una trampa que caía sobre el pájaro al menor contacto, todas estas cosas y mucho más hice con mi tío A-gusto.
Recuerdo como si fuera hoy que mi prima Elena padecía de estreñimiento, la pobre, y que mi tía le preparaba unas escupideras, una con agua caliente y hierbas en la que debía sentarse un rato, y la otra fría para que diera del cuerpo. Mi prima, que tendría más o menos mi edad, tras sentarse veinte veces en cada una de ellas terminaba cagando por puro aburrimiento en la de agua caliente, mi hermana Mae y yo nos descojonábamos ante aquella situación tan cómica, y mi prima acababa llorando porque nosotros nos reíamos de ella.
Que maravillosa fue aquella época de mi infancia en la que cada día me tocaba fajarme con mi primo Juanito a la lucha, en la que me pudo hasta el día en que me hizo llorar, porque después de ese día nunca más me tumbó ¡Qué verano más cojonudo, aquel que pasamos en La Palma cuando no tenía más que diez años de edad!
Fue por aquel entonces cuando oí hablar del Hirgwan por primera vez, aquel verano había desaparecido un niño en las cumbres del municipio de El Paso, el muchacho, que tenía seis años, estuvo desaparecido durante cinco días y por más que se le buscó, no aparecía por ningún lado. Cuando ya nadie creía que el muchacho pudiera encontrarse con vida, le hallaron sentado en la plaza del pueblo sano y salvo, limpito y sanito como el primer día de su desaparición.
Cuando interrogaron al chico acerca de su paradero, este afirmó que había estado en una cueva muy limpia y que había dormido en una cama, dijo que un hombre peludo con los ojos rojos le había cuidado, no recordaba nada de cómo había llegado hasta la plaza en la que fue encontrado, y también dijo que el hombre peludo de los ojos rojos se llamaba Manolito.
Recuerdo que mi Madre le preguntó a mi tía Gracia por ese tal Manolito, ésta le pidió que bajara la voz, y con el semblante grave, le contestó casi murmurando que se trataba del Enemigo, mi Madre quiso saber más y preguntó:
- ¿Qué Enemigo es ese?
A lo que mi tía respondió con una voz casi imperceptible:
- Es el Demonio.
Quedé tan impresionado por aquella conversación que esa noche me costó conciliar el sueño, no me agradaba nada la idea que hubiera un hombre peludo supuestamente maligno circulando a sus anchas por la isla, mucho menos me agradaba la posibilidad de encontrarme con él, es más, el simple conocimiento de su existencia me ponía nervioso.
Al día siguiente, mientras subía al monte a la grupa del mulo de la familia, en compañía de mi tío A-gusto a buscar pinocha para los animales, decidí compartir con mi tío lo que me rondaba por la cabeza:
- Tío.
- ¡¿Qué?!
- ¿Tú crees en el Enemigo?
A mi tío se le borró la sonrisa de la cara para cambiarla por una mueca de temor, paró a la bestia, me agarró por la cintura para ayudarme a desmontar y me depositó sobre una piedra de los márgenes del camino, miró a su alrededor como para comprobar que estábamos realmente solos y en voz bajita me dijo:
- Yo lo he visto.
- ¿De verás?- le pregunté sorprendido.
- Lo he visto saltar con su astia desde lo alto de los barrancos de la Caldera, desde alturas que cualquier otro saltador se hubiera roto hasta “la pepa del culo”. Era como un hombre pero su cuerpo está cubierto de pelo y sus ojos son rojos como la sangre, si te mira quedas paralizado y no puedes escapar de su influjo.
- ¿No me estarás mintiendo tío A-gusto para atemorizarme, verdad?
- Carlitos, con estas cosas no se juega, son muy serias y dejemos de hablar de este tema que no me gusta ni un pelo.

Continuamos camino del monte pero en total silencio, ni yo, ni él pronunciamos palabra alguna durante todo el camino, y si antes estaba asustado, ahora estaba acojonado de verdad.

Aquel verano acabó y nosotros regresamos a Tenerife para continuar con nuestras vidas, pero nunca me pude quitar de la mente aquella imagen de un hombre peludo de ojos rojos que vivía en los montes de La Palma y que los benehaoritas ya conocían con el nombre del Hirgwan.

Años más tarde, cuando ya era un “magalote” y se despertó en mi un gran interés por la Cultura de mi país, me encontré con varios textos que hablaban de esta divinidad palmera, Torriani habla de este mito y lo describe como hombre peludo que era malvado y de gran arraigo popular. Me contaron del bereber Hirg – demonio- y de su plural Hirgwan, otros que llegaron después lo convirtieron en perro peludo, intentando sin duda desmitificar al personaje en beneficio de los iconos religiosos católicos, lo cierto es que muchas generaciones de canarios lo tuvieron presente con apariciones en la realidad y en los sueños. Me he enterado que el nombre propio femenino Yurena es una deformación de esta palabra, que ha sido interpretada de diferentes formas a través de la historia, pero que ha estado presente en las creencias populares de la Isla Bonita, siendo para unos sinónimo de malos augurios y su aparición no traía nada bueno, para otros, aquellos que un día le vieron, nunca volvieron a ser los mismos, para algunos, como mi tía Gracia, era el mismísimo demonio que rondaba por los rincones de Benehoare desde que el hombre moraba la isla, mi tío vio en él una amenaza terrible que le producía pavor, y el joven niño perdido encontró en él un amigo que le salvó la vida y lo devolvió con los suyos, pocas cosas podemos sacar en claro acerca de este personaje de la mitología canaria, sólo sé, que para cada uno el Hirgwan es algo diferente, y desde el siglo XVI hasta nuestros días muchos son los que han creído verle. Para mí hoy el Hirgwan es un residuo maltratado de nuestra Cultura Popular, y por eso hemos decidido poner el nombre de “Los relatos del Hirgwan” a este nuestro primer libro, para que a su vez sirva de ventana en la que alongarse todas aquellas personas que como nosotros sientan la necesidad de expresarse, y que en su expresión se pueda sentir la Canariedad.

Autor: Carlos Darias

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