17 de enero de 2009

RELATOS I



Mi amigo Carlos "el chispa" nos deja este relato, con un viaje hacia el pasado, desde nuestro presente,sin perder de vista el futuro.


LA DECISIÓN DE ADAY

Detuvo su coche en el Mirador de Humboldt con la intención de acercarse a pie hasta la Cueva de Bencomo, apuró la última calada del cigarrito y tras desparramar la vista por el Valle, aquel fecundo y grandioso Valle que en un pasado no muy lejano colocaba en boca de propios y extraños los más deliciosos adjetivos para describirlo, y que hoy, aún bello, presentaba un aspecto más deteriorado, fruto de la agresión del hombre que cautivado por su belleza quiso poseerlo sin respeto, con aquella mentalidad tan humana de “es mío y hago lo que quiero”.
Aday, nuestro personaje, había sido testigo de los cambios que sufría el Valle, pues desde niño lo había caminado con su padre de la cumbre hasta la costa, y en aquellas caminatas, éste le había transmitido aquel amor a la Patria, a la tierra de uno que generosamente nos ofrecía su espacio, su escenario, el decorado perfecto en el que construir las bases de nuestra felicidad.
- ¿A que es lindo, Aday?- le comentaba el viejo orgulloso de formar parte de aquella naturaleza. - Mira que el mundo es grande y tiene parajes maravillosos, yo he sido testigo, pero desde hoy te digo que jamás ningún lugar te provocará las emociones que transmite tu tierra, no porque sea más linda que las demás, es porque es la tuya, la que da sentido a tu persona, a tu pensamiento, a tu alma-.
A veces egoístamente pensamos que forma parte de nosotros, sin darnos cuenta que somos nosotros los que formamos parte de ella, pues nos sobrevive y la heredan otros.
Aquel niño creció y se hizo hombre, era uno de esos seres que tienen como primera condición la humanidad, desde joven se había revelado como un luchador, en su formación siempre llevó el andar firme y sin vacilación que le alejaba de lo mediocre, de impulso poderoso e inquieto que cimienta los caracteres, su espíritu necesitaba expresarse como los ojos la belleza, como las flores la luz,… y saber, conocerlo todo, pues sólo el conocimiento adquirido avala la correcta decisión, y él sentía que había mucho por decidir.
Leer, leer mucho, pues las lecturas eran para él vivencias, excursiones por el conocimiento universal, referencias en las que proyectarse y aprender de otras formas de vivir y valorar, así, la suya en su justa medida, por propia, por buena.
Así leyó a Dante y Voltaire, a San Juan de la Cruz y Maquiavelo, a Cervantes y a Lope de Vega, a Castaneda y J. Redfield, a Hesse y K. Gibran, pero nunca dio de lado a Benito Pérez Armas y Secundino, Rafael Arozarena y Figueroa, vibró siempre más con los poemas de Tarajano que con los de Lorca, y aprendió más de José Martí que del Catecismo cristiano, y según adquiría conocimientos y se hacía más sabio, mayor era su contrariedad.
Indignado con lo que hacían los que llegaron, decepcionado con la actitud de los propios, frustrado por la sensación de impotencia que le producía el hecho de no saber si habría algo que transmitir en unos años, y rebeldía porque esa era su naturaleza de guanche alzado.
Estaba entrada la tarde cuando comenzó a ascender el trecho que conduce desde el Mirador hasta la cueva.
Entre el matorral y la tubería que abastece de agua a la comarca, se distinguía una veredita que conducía hasta la gruta que había servido de morada cinco siglos atrás al mencey de los menceyes, a Bencomo El Grande, Rey de Taoro.
La vista era grandiosa con el valle de Taoro a sus pies, Echeide a la izquierda, vigilante y majestuoso, los bosques coronando las cumbres que intensificaban el verde que trepaba desde el mar, y el ocaso de Magec, el benefactor de la tierra, que se expresaba con pinceladas de distintas tonalidades, que pasaban desde el rojo más intenso hasta el violeta más sutil, parodiando cualquier creación humana. En el horizonte se podían atisbar las cimas de Aceró, donde Tanausú fue traicionado, en la hermana isla de Benahoare.
Aday miró a su alrededor e intentó ver más allá de aquel espacio vacío, imaginando lo que sentía Bencomo cada mañana al despertar en aquel lugar tan maravilloso, y así comenzó un ameno monólogo en el que intentaba explicarse el porqué de muchas cosas. Entre debate y reflexión, se le oyó decir alto y claro – Lo comprendo, alguien al que cada aurora se le ofrece la belleza de esta manera tan grandilocuente, ¡tiene que amarla por cojones! ¿Cómo iba a rendirse? ¿Cómo iba a poner en juego o tan siquiera arriesgar la posibilidad de perderla?-. Mientras deambulaba por la entrada de la cueva para tomar asiento en una piedra plana situada en el margen derecho de la misma, donde aún calentaban los rayos del sol, pensó -¿Cuántas veces se habrá sentado en este mismo lugar a meditar alguna decisión o tan sólo a contemplar su reino?–. Y así, poco a poco, arrullado por la brisa de la tarde, sus parpados fueron cediendo para cerrarse suavemente…
Aday, Aday – se oyó una voz claramente desde el fondo de la cueva- Aday, soy yo-. - ¿Quién anda ahí?- preguntó el canario, a la vez que la voz respondió- Soy al que has llamado desde niño, la memoria de tu Patria, tu amigo de tertulias, aquel al que has abierto tu alma para contarle tus inquietudes, soy Bencomo mencey de Taoro y vengo a ofrecerte beber de los arcanos de mi memoria.-Aday, para su propia sorpresa reaccionó con total naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo que un rey guanche muerto quinientos y pico años atrás se presentara a hablar con él. – Acércate mencey, pues tantas veces te he creado en mi mente que quiero verte-, añadió con cierto tono de desconfianza. Desde la oscuridad de la cueva salió un hombre alto y delgado, seco y fibroso como vara de acebiño, vestía un tamarco corto y sencillo, en su frente lucía la corona de conchas y en su mano portaba la añepa que distinguía su linaje, su larga melena le caía por la espalda, su mirada noble era cálida y serena. Por su aspecto sería difícil determinar la edad que tenía porque, a pesar de que las canas lucían en su testa, su cuerpo era atlético y su planta de joven.
-¿Realmente eres tú? ¿No me estarás engañando?. Además, ¿en virtud de qué prodigio puedes presentarte después de tanto tiempo para hablar conmigo?, mira que aunque nunca te había visto antes, sé quien eres y te conozco. Habla que pronto descubriré si eres quién dices ser o sólo un mercader más-.
- Aday te he elegido a ti para que despiertes del letargo a los hijos de tu pueblo, y ha sido a ti porque en ti me reconozco, y sé que sabrás llevar a cabo la misión que te encomiendo, quiero que hables a tu pueblo, pero no como le han hablado los demás.
Quiero que corras el velo que han tendido sobre su memoria, no quiero que cuentes lo evidente, cuéntales sus grandes penas, sus protestas, sus reivindicaciones legítimas, no les cantes odas a la belleza, a las flores, a los pájaros, o a la aurora, recuérdales quiénes son, quiénes han sido, y pregúntales quiénes quieren ser, recuerda que te querrán callar, tal vez tu propio hermano. Utiliza como único arma el Amor, pues ésta es la más poderosa que jamás haya existido, y la única capaz de llevarte a la victoria. Nunca dividas a tu pueblo, pues este ha sido el mayor lastre que éste ha arrastrado, y dile que has hablado con las entrañas de la tierra, que está triste y se muere, le queda poco tiempo, dile que se siente como aquella madre que tiene muchos hijos e hijas que un día la abandonaron en un asilo barato, ruinoso y maloliente, la verdad no se sabe aún por qué razón, probablemente por comodidad, pues cuidar a una madre llevaba consigo dispensarle amor, caricias y tiempo, y por supuesto un compromiso, y eso era un gran esfuerzo para estos malos hijos. Pero lo más curioso era que cuando uno de ellos se encontraba con hijos de otras madres se deshacía en elogios y manifestaciones de amor a la viejita, comentando lo buena que había sido con ellos, para olvidarla según se despedían.
Coloca todos estos argumentos sobre la mesa y dales la oportunidad de valorarlos, si no surte efecto ni reacción alguna entre nuestro bando y no deciden sacar a su madre del asilo barato, ruinoso y maloliente para devolverla a la vida, si no son capaces de asumir ese compromiso - recalcó con tono sereno y semblante serio – tampoco serán dignos ganadores de su propia libertad, y madre, nuestra madre, morirá…-
…Aday despertó sobresaltado cuando Magec ya se había ocultado, la brisa del Valle refrescaba la noche y un sinfín de luces del Puerto, La Orotava y de los chalets de los extranjeros delataban la superpoblación de la isla – Patria querida, ahora que he bebido de la fuente de tus arcanos, acepto el compromiso y sólo espero que mi intento esté a tu altura-.
Aday bajó la ladera de la montaña con ayuda de su linterna, en silencio, pero algo había cambiado, ya no sentía contrariedad, ni frustración, ni rebeldía, sentía que él ya había decidido.

Autor:Carlos Darias

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